Cuando llegamos con la móvil, muchísima prensa estaba presente. En eso salió el Obispo de Chosica, intermediario de los presos con la Policía Nacional, para dar a conocer la lista de heridos. El sacerdote era altísimo. Cuando me puse a sus espaldas prácticamente me atapaba la luz del sol. En esa posición clave para un practicante escuché nítidamente los nombres de los infortunados. Ese día debí acabar media tinta de mi lapicero. Al último, mencionó al único fallecido en el motín. El padre del occiso estaba a pocos pasos. Todos las cámaras registraron aquel momento de sufrimiento.
No recuerdo cómo pero pudo conseguir la lista de heridos y afortunadamente divisé una librería con fotocopiadora. Esto no es mentira. Una fila de periodistas iba detrás mío. Me puse a pedir 10 céntimos a cada uno para tener copias para todos. Todos salieron contentos cada uno con su duplicado del documento. Cuando regresé a base, el jefe de policiales estaba terminando la nota. Había escuchado el desenlace de la reyerta en la cárcel por radio. Lo único que hice fue dejarle mi fotocopia. No sé francamente si le sirvió.
Yo no escribí la crónica roja publicada al día siguiente, pero el presenciar este hecho fue lo máximo para mí. Posteriormente empecé a salir más seguido de comisión.
Yo no escribí la crónica roja publicada al día siguiente, pero el presenciar este hecho fue lo máximo para mí. Posteriormente empecé a salir más seguido de comisión.
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