Bailar en un peña es un cruce de culturas. La vez pasada fui a Del Carajo para celebrar el cumpleaños de una amiga mía. En son de broma le dije que me fui a su local anterior y estuve tocando la puerta gritando su nombre. Ella atinó a sonreir y no sé si me creyó. A la hora de salir a bailar con mi acompañante me topé con varias señoras meneándose en círculo. Todas madres de familia, supongo, disfrutaban del jolgorio entre ellas. Se me pasó por la mente sacar a una y compartir movimiento pélvicos hasta el suelo. Ello nunca pasó. A mi mano izquierda, dos gringos se divertían con unas agraciadas chicas. Mi mirada acusiosa descubrió que de los labios de estos extranjeros no emanaba ninguna palabra en español. Le hice notar mi descubrimiento a mi pareja de danza y ella sonrió. "No necesitas ir al Cusco para levantarte a uno", me dijo. Pasitos más allá, para hacer más exacto unos 20 si hacía el hombre sobre la luna de Michael Jackson, un grupo de borrachos alegres gritaban al animador de la jarana para que les regale una jarra con cerveza. Después de hacer aullar a uno de ellos, le entregó una 'chela'. Lo que me gustó más de ese grupo fue el dominio de una dama sobre su galán. Había uno corpulento como un armario de metro noventa pero ella levantando el dedo lo hacía sentar. De verdad tengo que ir más seguido a una peña. No quiero perderme otras cosillas interesantes para una crónica más extensa. Y pensar que no admiré unos bikinis contest meses atrás en este local. Ay!
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